Taller de escritura del maestro Javier Miranda

El taller de escritura del maestro Javier Miranda Luque es todo un éxito. Empezamos en 2020 con la tercera generación que sigue produciendo textos de gran calidad. Publicamos a continuación un texto de la alumna Regina Magaña, los invitamos cordialmente  a leerla.

About me

Antichrist

Hace mucho tiempo escribí una canción que cuestionaba mi fe, pero al mismo tiempo me confirmaba como ateo. Vomité todas mis dudas sobre un pedazo de papel de porro que eventualmente se convertiría en el himno para muchos jóvenes como yo.

Es curioso, que por eso sea Dios el único pensamiento que invada mi mente mientras corro por mi vida. El bosque se extiende, eterno, y las copas de los árboles se ciernen sobre mí como las garras de mi padre, ahora ausente, luego de enterarse que me había escapado de casa. Ramas que se bifurcan, me agarran por las extremidades con una fuerza demoniaca, rasgan mi piel y escarban en busca de confesiones hasta lo más profundo de mi médula. El líquido sinovial, la sangre que emanan las heridas pulsantes y las lágrimas que dejan surcos profundos en la suciedad como las goteras de mi antigua casa en Manchester, se mezclan y crean un asqueroso brebaje que baña mi cuerpo.

Soy todo líquido, demasiado líquido aunque a veces me gustaría ser más duro para anteponerme a estos tsunamis de depresión que me ahogan constantemente.

Yo no escogí esta batalla, Dios, ¿Por qué decidirías escogerla por mí?

Pero no tengo respuesta, nunca la tengo, y me conformo con correr en un silencio polar únicamente interrumpido por mi jadeos (¿o estoy cantando?) lunáticos.

¿De quién corro, exactamente?

¿De mí?

Todos corremos de algo, había dicho George luego de haber criticado mi idea de poner esa frase en nuestro nuevo álbum.

Pero no todos corremos de lo mismo, había dicho yo.

Sí, pero nadie corre lo suficientemente rápido y eventualmente aquello de lo que corremos nos atrapa.

Antes era un A T E O, ahora no soy más que un ateo, pero a veces me gustaría tener la fuerza (o la falta de esta), para confiarle mi destino a alguien más. De ser así, quizá no hubiese cometido tantos errores. O quizá sí, pero no me hubiese podido culpar luego.

No sé cómo mis piernas no se han agotado, como mis pies no se han quebrado como la hojarasca, las ramas húmedas, los bloques de tierra. Un jadeo desolado, casi moribundo, es lo último que escucho antes de cerrar los ojos.

Siempre quiero morir a veces.

Y quizá ese a veces es hoy.

Give yourself a try

Pero al abrir los ojos me doy cuenta que ese a veces no llega y que probablemente no llegará nunca, no importa cuanta leche1 decida meterme.

Y siempre despierto de la misma manera: vacío, con una maleta llena de ansiedad adolescente a mi costado (tengo 30 años, ¿pero quién los cuenta?) y con una sensación de querer vomitarlo todo. Así que lo hago, sobre el piso marmolado de aquella habitación de hotel. Ya me preocuparé por dejar una buena propina en nombre de la banda. No quiero que nos expulsen de este país, por culpa mía, también. Ruedo a un costado, pero no veo a la prostituta que llamé anoche, y me pidió que la llamara como quisiera así que la llamé Eileen, que dejo que le describiera, sin interrumpirme, el sentimiento de conducir a máxima velocidad por un túnel que no muestra salida, con las ventanillas bajas, las cabezas fuera, balbuceando incoherencias sobre un futuro que no nos pertenece, al ritmo de corazones como bocinas.

George, Adam, Ross, yo.

Beber. Caer. Arrojar.

Más letras de canciones que nunca escribiré.

Los focos fluorescentes que zumban sobre nosotros, cazamos las líneas blancas, líneas que se empapan con sangre, sangre que emana de nuestras narices, narices que han perdido sensibilidad, sensibilidad que carecen nuestras platicas, platicas que dicen todo sin decir nada, nada que temer.

Cabezas. Carros. Repetir.

Pero el sabor en mi boca me dice que es probable que me haya dado un ataque de llanto, haya caído rendido y ella haya decidido irse antes de que yo despertara. Ni siquiera hago un esfuerzo por chequear mi cartera. 100 euros más, cien euros menos. ¿Acaso importa? No harán que me sienta más completo.

Por lo menos, no siento tanto frio. Y tengo ropa. Y sigo calzado. Pero…estos tajos en mis brazos… Me incorporo sobre mis codos y el movimiento me crea una jaqueca de la puta madre, pero alcanzo a divisar una cuchilla de navaja, que parece reírse de mí, en el lavabo. Me dejo caer sobre el colchón y admiro mis brazos amoratados y flagelados bajo una luz inexistente. Si yo fuera Eileen, también me hubiera ido. La habitación tiene ropa mía desperdigada, hay un intenso aroma a chocolate2 que impregna las sabanas, mi pelo, el aire estancado que también apesta a algo más intenso.

¿A esto huele la depresión?

Inhalo fuertemente; todo sabe a lo mismo en la oscuridad.

Algo tendré que hacer para evitar que George huela esta miseria. Si tan solo pudiera levantarme…Así que opto por arrastrar mi cuerpo por los bordes de la cama, me tiro al suelo de la forma más dramática que puedo. Un par de moretones más, un par de moretones menos. ¿Qué más da? Batallo con lo que debería ser yo hasta la ventana. George estaría avergonzado. Dos meses en rehabilitación intensiva, ¿para qué? ¿Para mandarlos a la mierda, junto con esta canción sentimental que compongo de forma obsesiva sin poder controlar? No me siento ni más feliz, ni más realizado, ni más…

Pero la sonrisa de George… Tan solo espero que una mentira más no lo mate. Los amigos no mienten, ¿no es eso lo que solíamos decir? Pero también solíamos soñar con los ojos abiertos, a veces a causa de los efectos secundarios de las drogas, en su mayoría por el brillo de nuestra imaginación, acostados los cuatro en el tapete persa de la madre de Adam. Pensábamos en llenarnos de mujeres, de dinero, cuatro carros por cabeza aparcados en nuestras mansiones en algún paraíso tropical. Aunque si algo le diría a mi versión más joven, sería que no se colgara de las ilusiones, y que en cambio se preparara para gastar cantidades obscenas de dinero en una adicción, en una pelea, de la que no saldría nunca entero.

Deja de llamarla pelea cuando sabes que es una guerra.

Aprenderás un par de cosas a mi edad, como que el usar las caras de otras personas como un espejo para tu personalidad no es la mejor de las ideas y que te tomará un tiempo reconocer que no renunciarás de nuevo.

¿No te darás una oportunidad?

Aunque estés negro, azul y boca abajo, sigues estando allí, en algún lado.

Bendito sea el día que conociste a esa mujer, Matthew.

The ballad of me and my brain

¿Sabes quién es Matthew Healy?

¿El quién?

Ah, ¡sí! ¡Es el cantante emo de esta banda todavía más emo! The 1975, ¿puede ser?

Ugh, ni me digas. Me solía gustar mucho su música, pero después de su numerito “progresista” en el concierto en Arabia Saudita he perdido muchísimo respeto por él. ¿En qué estaba pensando? Claramente en nada, malditos niños blancos privilegiados…

Espera, ¿no es ese el dude que salió en el video en el que se pone un chaleco bomba y se vuela las entrañas? Que de mal gusto, joder, ¡si él también es de Manchester!

De su música sé muy poco, en cambio, de sus constantes idas y venidas a la rehabilitación… Esos chismes se venden como pan caliente, ya te digo.

La verdad que me gustaban muchos sus primeros álbumes, pero los últimos que ha sacado… son un poco pretenciosos, ¿no te parece? Es fácil quejarse de lo mucho que apesta la sociedad actual, la tecnología y el calentamiento global cuando tú ves todos estos problemas sentado desde un trono de oro. Mejor se hubiera quedado haciendo música sobre drogas.

¿Quién?

Claro que lo conozco, es un chulo de mierda. ¿Has visto como se da palmaditas en la espalda cada que habla de su música? No me sorprendería que se excitara con cada canción que escribe. ¿Has escuchado sus canciones, además? Son de lo peor.

Es un odioso, un muchacho sin imaginación y con poco talento. No puedo creer que haya gente que siga escuchando música como esta.

Y tú, ¿sabes quién es Matthew Healy?

A veces me gustaría decir que sí, pero luego, al verme en el espejo, me cuesta reconocerme.

Y bueno, creo que me he vuelto loco

¿No es eso tan triste?

Y qué pena que hayas perdido un cerebro que nunca tuviste

Olvida mi cerebro, recuerda mi nombre

Sincerity is scary

Solo a mí se me ocurre ponerme manga corta luego de haberme tajado los brazos. Y ni manera de culpar al frío como excusa para protegerme de las miradas intrusivas; el vagón hierve. Subo mis piernas al asiento y las cruzo. Con los jeans así, ligeramente subidos, no es difícil notar mis calcetines amarillos de la suerte, que acaricio sin pensar.

Pero al pensar en no pensar pienso y caigo en un remolino de lisuras que me culpan por haber cedido a la presión de este vacío, de esta nada y este todo que es la ansiedad.

Pero otra parte de mí me reclama por no haber escogido unos cortes mucho más…

Vaya, ya no educan a los famosos como antes.

Exclama una muchacha que no conozco, pero que me es extrañamente familiar antes de sentarse en la butaca frente mía.

¿Y tú eres?

Hotaru—La chica se encoge de hombros y deja relucir una coqueta sonrisa de lado. Tiene este tipo de belleza que no es particularmente llamativa, pero hay algo en ella que la hace lucir distinta. No se si es la forma tan intensa que tiene de leer mi alma, o los mechones de cabello que parecen revolotear alrededor de su rostro, o la forma en la que es tan consciente de sus inseguridades que se muestra segura…

Disculpa, no te conozco.

Pero yo a ti sí, Matty.

¿Matty? Soy Matthew. Nadie me llama así.

Como digas. Es solo que me parece raro que ahora te cambies el nombre cuando llevas una década pidiéndole a tus fans y entrevistadores que te llamen por él.

¿Qué?

¿Me equivoco? Porque así te llamaba tú madre antes de que decidieras escapar de casa. La culpa te había carcomido y por eso habías decidió readoptar el apodo. Como una disculpa.

¿Qué? Eso no es verdad. Me llevo de puta madre con mi madre. Y todas las veces que he escapado de casa no han sido más que un par de horas para irme a tocar. ¿De dónde sacaste eso?

La chica frunce el ceño y unos hoyuelos se posan en su frente—. De tu fanfiction, por supuesto.

¿Mi qué?

No te hagas—la chica toquetea un par de teclas en su celular y luego me lo muestra. Reflejada en la pantalla, se muestra la portada de una historia que se titula “Me3”. Hay un chico, que se ve como yo pero se ve distinto, mucho más feliz, la sonrisa en su rostro también se refleja en sus ojos, se ve joven, vivo.

El peso de las palabras digitales cala hasta lo más profundo de mi silencio.

¿De dónde sacaste eso?

Lo publicaste en internet hace un par de años.

Yo…Yo no publiqué eso.

Entonces, ¿quién?

No lo sé, pero nada de lo que estás leyendo allí es real.

¿Por qué no? Lo publicaste tú, justamente con el título de “basado en hechos reales”.

Te digo que no, fue un ejercicio de la rehabilitación. Teníamos que escribir una historia de nuestra vida en un universo paralelo. Obviamente tenía que basarse en algunos elementos de nuestra vida personal, pero teníamos que modificarla de tal manera que se convirtiera en la meta por la cual sanar. No sé cómo pudo ser publicado, era un ejercicio privado, era…

El metro se detiene, gente sube y baja, la chica abre las piernas de tal manera que nadie se siente a su costado. Jueputa.

¿Y se supone que yo te voy a creer por qué…?

Porque es la verdad.

La verdad es tan relativa, como tu fluidez sexual cada mañana.

La miro con los ojos entornados.

¿No lo recuerdas? Es el capítulo donde George y tú se dan su primer beso.

Me atraganto con mi saliva. Lo que me faltaba, que además de emo me tachen de gay. Putas etiquetas. ¿Acaso te convierte en gay comerte a uno o a un par de tíos?

¿El primero?

Sí, ocurre en la penúltima fiesta de despedida del instituto, donde George y tú están en una habitación discutiendo porque él encontró marihuana en tu habitación, marihuana que él mismo había estado distribuyendo por la escuela.

¿Y eso conlleva a que nos besemos?

Sí, porque quieres que se olvide que está molesto contigo.

Si fueras tan atenta a los detalles y a la “realidad” te darías cuenta que George no es gay.

Pero tú sí. Y esta es tu historia.

Ruedo los ojos.

No estaba muy bien cuando la escribí.

Entonces, ¿me estás diciendo que no quieres ser escritor, que el sombrero de conejo no fue un regalo especial de George ni que empezaste a robar las drogas que George traficaba en la escuela como un mecanismo de supervivencia a la horrible separación de tus padres?

Para nada. Odio escribir, no tengo la paciencia, los regalos especiales que me deja George son usualmente cagadas en el baño que se ha olvidado de jalar, y las drogas las empecé a tomar porque en los eventos sociales de mis padres había mucha gente influyente que lo hacía y me parecía extremadamente cool.

La chica asiente, pero en sus ojos se nota que no me ve de la misma manera.

Vaya, ¿Qué haré con tantas mientras?

Intento tocarla pero retiro la mano la mano antes de hacerlo—. Ya deberías saber que lo que te venden los artistas no son realidades.

La diferencia entre otros artistas y tú, Matty, es que tú escribes desde y con el corazón.

Tú solo me ves cómo me quieres ver. Y el pedestal en el que me pusiste es un poco alto. ¿Acaso no me miras ahora, como soy? Con esta cara, con esta tristeza. Mira mis brazos. ¿Me ves realmente?

Falling for you

De alguna manera, el final de la historia me deja con una sensación que solo había experimentado con ciertas sustancias. Un sentimiento familiar pero tan ajeno, de necesitar más y no poder detenerse, de la euforia tras pasar las páginas digitales, la oxitocina que circula unos ojos que laten con la luz azul. Desde la rehabilitación no leía tanto, y eso que allí tenía tiempo de sobra.

Releo el final, dos, tres veces. La aventura de Matty ha terminado, pero a la vez se siente extremadamente incompleta. ¿Alguna vez llegaré a saber sobre la relación con sus padres? ¿Con George? ¿Sus planes al terminar la escuela? Dejo mi celular sobre la cama y me levanto en busca de las típicas libretas que regalan los hoteles. La encuentro finalmente debajo de un montón de filtros sin usar. La boca se me hace agua al imaginarme fumando un porro, pero me contengo antes de que mi sistema nervioso simpático los agarre como acto reflejo: Si Matty logró cambiar, ¿por qué yo no? Así que me arrojo a la cama y comienzo a escribir. Mi letra sale dispareja, temblorosa, casi tímida. Pero continúo llenando la libreta de garabatos que solo para mí tienen sentido. Matty probablemente se hubiera graduado de la escuela, quizá con notas algo lamentables y con varios reportes de profes quejándose de su carácter, pero también se hubiera inscrito al club de periodismo y se hubiera hecho amigo de la coordinadora, una mujer con el rostro sacado de una revista, que le hubiera ayudado a escribir su carta de recomendación. Sin embargo, Matty habría terminado por quedarse en la facultad de literatura, que le permitiría tomarse más libertades a la hora de escribir. Si Matty hubiera seguido la escuela, no hubiera formado Drive like a do, B I G S L E E P, no se hubiera hecho adicto a las drogas y no hubiera tenido que trabajar en el chino para poder pagarse el nuevo hobby. Probablemente hubiera escrito una novela de literatura vacacional, porque se hubiera dado cuenta que sus compañeros se estaban tomando la carrera demasiado en serio y se habían olvidado de la razón por la que todos habíamos empezado en primer lugar: Para exponer nuestras verdades a través a través de combinaciones de 27 letras. Me vestiría de formas ordinarias, pero a su vez cómodas, para aguantar las amanecidas hasta terminar de escribir un capitulo; tendría menos tiempo para pensar pero más para escribir. Me graduaría de la licenciatura con una novela publicada por mis propios medios; una historia sobre Matthew. Haría una cantidad modesta de dinero, que me permitiría comprarme un piso en Madrid con mi novia, una muchacha que habría estado haciendo un erasmus en la universidad y habría tenido el placer de conocer en una fiesta organizada por la residencia. Ella se habría dedicado a escribir artículos de justicia social en Latinoamérica, especialmente sobre su país natal, Perú. Yo seguiría probando suerte con mis novelas, escribiría sobre mis pocos recuerdos de George, Adam, Ross, del túnel, las drogas, las prostitutas, y me inventaría mundos en donde todo esto existiese. Empezaría con clases de español, que se me daría para el culo, para poder impresionar a la familia de la futura señora Healy en nuestra boda en la pequeña capilla (porque ella se habría encargado de hacerme recuperar mi fe perdida) en Alcalá de Henares, luego de que Cervantes se convirtiera en mi ídolo literario. Me la hubiera llevado a San Sebastián y hubiéramos cogido frente al borde del mar, sin llorar, hasta que se escribieran canciones de la luna y de nosotros. En esta realidad sí me gustarían los niños y nosotros tendríamos tres, nos hubiésemos tenido que mudar a una casa más grande a las afueras de la capital, con un jardín que la señora Healy se hubiera encargado de cuidar en su tiempo libre y un perro que nunca dejaría de mover la cola. Me hubiese tocado ganarme la vida como escritor negro y como taxista de Uber a medio tiempo. Pero al llegar a casa y ver a mis polluelos y besar al amor de mi vida me daría cuenta que todo habría valido la pena. Y viviríamos una vida ordinaria, con algunas carencias (sin viajes a países exóticos ni ropa de diseñador), pero sería una vida completa, acompañada, feliz. Buscaríamos el placer en las pequeñas cosas. Y en ese momento, todo estaría bien.

Robbers

Pero al terminar de escribir mi versión de mi fanfiction me doy cuenta que no importa cuánto escriba, jamás podré salvarme. He perdido mi cerebro y no sé dónde encontrarlo. ¿Lo has visto? He buscado mis recuerdos por todas partes pero no parezco reconocer si son los míos propios o los de Matthew. Matty. Así que corro nuevamente por el bosque oscuro, casi negro, de hojas perenes, pero esta vez sé de qué huyo. Tengo tatuajes en mi piel desnuda pero no sé si son míos. Tengo delineador en los ojos pero no sé si me lo puse yo. Tengo el cuerpo cubierto de moretones y tajos pero no sé cómo me los hice. Solo de una cosa estoy seguro, o creo estarlo, y es a esa realidad a la que me aferro como uñas pintadas y dientes torcidos. Mi nombre es lo único que me pertenece. Soy Matthew Healy; probablemente hayas leído sobre mí.

1 Cocaína

2 Marihuana

3 Yo, en inglés

Por Lucia Rodríguez

Escribo y colaboro con Hola Blog desde 2015 con temas sobre el aprendizaje de idiomas, la cultura y el arte. Me apasiona la enseñanza y creo que el conocimiento se encuentra en todas partes.