La leyenda del Dr. Knoche, el embalsamador

Caracas, la capital de Venezuela, es una ciudad separada de la costa por una serranía que, en su pico más alto, roza los 3.000 metros de altura. Ese sistema montañoso forma parte de la Cordillera de la Costa, y su nombre oficial es Parque Nacional Waraira Repano, aunque los caraqueños lo nombran desde tiempos ancestrales sencillamente “el Ávila”. A pesar de ser un paraje sumamente escarpado y boscoso, sus laderas fueron aprovechadas para el establecimiento de pequeñas haciendas, sobre todo en su vertiente norte, la que se asoma al Mar Caribe. Una de esas haciendas, denominada “Buena Vista”, perteneció a un médico alrededor del cual se tejió un mito: el doctor Gottfried Knoche, mejor conocido como “el momificador del Ávila”.


Gottfried Knoche nació en Halberstadt, Reino de Westfalia, en 1813. Obtuvo su título de médico en la Universidad de Halle el año 1845, y poco tiempo después emigró a Venezuela. Se estableció en la población costera de La Guaira, y se dedicó a atender a la colonia alemana residente en el pueblo. Una vez asentado, su esposa y sus dos hijos viajaron también a la nación sudamericana, en donde se radicó definitivamente la famila Knoche. El doctor estuvo entre los fundadores del hospital San Juan de Dios, y fue uno de los médicos que combatió la epidemia del cólera que se desató en el país entre 1854 y 1856. Parece que de la observación de los cadáveres se le despertó la inquietud sobre cómo lograr su conservación sin necesidad de extraerle las vísceras, y con la guerra federal que asoló al país en los años subsiguientes tuvo a la mano una gran cantidad de cuerpos para perfeccionar su fórmula de embalsamiento. El primer resultado exitoso lo tuvo sobre el cadáver de un soldado de nombre José Pérez, cuyos restos no fueron reclamados. Su momia, uniformada y portando un fusil, fue instalada posteriormente en la hacienda “Buena Vista” como guardiana de la biblioteca. Dicha hacienda había sido adquirida por el Dr.Knoche alrededor de 1880, y fue transformada por él a la usanza de las edificaciones propias de la Selva Negra. Constaba de la casa de hacienda propiamente dicha, un laboratorio en donde efectuaba sus experimentos el doctor, y un mausoleo destinado a albergar los cuerpos embalsamados de la famila Knoche y sus más inmediatos allegados.
La vida del Dr. Knoche, y su muerte, tienen visos de leyenda. Sus prácticas de embalsamiento llegaron a oídos de la alta sociedad caraqueña, y sus servicios fueron requeridos por algunas familias ilustres de la capital. Célebre es el caso de los Lander, quienes quisieron que uno de sus miembros fuese embalsamado y dispuesto en una posición que lo hacía ver sentado en su escritorio, en ademán de escribir, y así estuvo durante muchos años, hasta que las autoridades exigieron que la momia fuera inhumada. También uno de los presidentes de Venezuela, Francisco Linares Alcántara, fallecido en circunstancias poco claras, recibió el mismo tratamiento, antes de ser trasladado a su última morada, en el Panteón Nacional. El propio doctor dejó instrucciones para que, al momento de producirse su muerte, su cuerpo fuese también embalsamado y depositado en el mausoleo familiar. Su nicho estaba esperándolo, con su nombre tallado en el mármol, cuando ocurrió su deceso, en el año 1901. De su fórmula para lograr el embalsamiento sin necesidad de extraer las vísceras del cadáver se sabe poco, salvo que en su composición entra el cloruro de aluminio. Pero los detalles sobre el compuesto no quedaron registrados, y con la muerte de Knoche se perdieron para siempre.
Con el paso de los años, la hacienda Buena Vista fue la meta de excursionistas que se adentraban en la espesura de la montaña para constatar en persona la existencia de ese extraño mausoleo. Mientras la propiedad estuvo habitada por los últimos descendientes de la familia Knoche, las instalaciones perduraron en buen estado, pero al desaparecer ellos el vandalismo comenzó a atacar. La casa principal, y el laboratorio, fueron derruidos casi por completo. Y las momias que permanecían en el mausoleo, seis en total, fueron sacadas de sus nichos y nunca más aparecieron.
Hoy en día es posible visitar los restos de la Hacienda Buena Vista. Hay empresas turísticas que se encargan de organizar paseos al lugar, en los cuales los guías ofrecen pequeñas charlas de divulgación para que los participantes conozcan la historia del Dr. Knoche. Si tienen la posibilidad de visitar alguna vez Caracas, deberían anotarse en uno de esos paseos. Eso sí, es recomendable que tengan buena forma física, y resistencia. El camino, que comienza en el pueblo en donde se desciende de los jeeps que trasladan a los turistas desde Caracas, es largo y empinado. Pero vale la pena el esfuerzo, tanto por la belleza de la vegetación, propia de las selvas subtropicales, en donde podrán apreciar bromelias, líquenes, y otras especies , como por las vistas que de tanto en tanto se abren en medio de la espesura, y permiten apreciar el contraste ente la montaña y el Mar Caribe, de todas las tonalidades del azul.


Tras tal vez un par de horas de camino, se llega a lo que fue la entrada de la casa; de ella sólo queda una ruina rematada por un símbolo que parece una @. De la casa en sí tampoco queda nada, salvo dos estructuras de baja altura que parecen haber pertenecido a un balcón, y el denominado laboratorio, una pequeña construcción abovedada en donde se presume realizaba sus experimentos el Dr. Knoche. Los guías aprovechan ese momento para explicar detalles de la casa tal y cómo había sido concebida originalmente, y las hipótesis sobre su destrucción. Hay dos teorías, ambas relacionadas con la búsqueda de algún tesoro escondido en la propiedad; en una los protagonistas son gente extraña, en la otra se trata del mismo nieto del doctor, con fama de ludópata, quien para pagar deudas de juego arrasó con la vivienda.


Luego de un rato, tras realizar todas las fotografías que merece la ocasión, los guías dirigen a los participantes a la última etapa de la excursión, el Mausoleo. Se trata de una edificación bastante simple, en obra limpia, desprovista de adornos salvo una escalera que permite subir al techo en donde hay un pequeño mirador, y que tenía como única finalidad servir de última morada a los parientes del doctor, y a él mismo, después de haber sido embalsamados. El sitio fue saqueado en el pasado, y las momias se perdieron. En la última parte de la charla, se explica la necesidad del mausoleo: anteriormente, en el siglo XIX, existía una prohibición de enterrar extranjeros en los cementerios del país, por lo que se volvió común la práctica de establecer cementerios privados para poder darles sepultura. El Dr. Knoche fue uno de los que solicitó los permisos para ello, y de allí que haya mandado a construir, en medio de la montaña, esa extraña edificación destinada al culto de los muertos.


Si todo sale como fue planificado, el regreso ocurrirá a últimas horas de la tarde; se bajará a Caracas ya de noche, y se tendrá como cierre el espectáculo de las luces de la ciudad, una imagen que siempre llena de asombro. Y se regresará cansados, sí, muchísimo, pero al final complacidos por haber participado en esa excursión tan genial.





Por Mirco Ferri

Escritor profesional, colaborador cultural desde Caracas Venezuela